Un día por la tarde, mi hermano que en ese entonces tendría 5 o quizás 6, la verdad yo no podría saberlo realmente. La habitación tenía una puerta que daba hacia el patio central, una ventana que servía para la iluminación del cuarto. De pronto, mi hermano empieza a gritar, se le oye tan asustado, la sorpresa es que él está acompañado de un adulto, un tío que vivía en la casa.
Gritaba desesperado señalando a la ventana del cuarto y le decía a mi tío a viva voz
• mira tío, allá. Allá en la ventana están esos chiquitos con sombreros grandes, me llaman para que yo vaya, pero yo no quiero ir, me dan miedo tío, por favor no quiero ir. Míralos tío, diles que se vayan, escuchas como me llaman y me dicen: Ven con nosotros, vamos a jugar.
Mi tío no podía ver, ni escuchar nada. Agarró de la mano a mi hermano y lo llevó a mirar hacia afuera de la ventana para que viera que no había nadie. Lo levantó en brazos y estaba tan asustado que no quería soltarse de sus manos. Así fue como se convenció que no había nada de qué temer, al menos en ese instante.
Realmente esta no sería ni la primera ni la última vez que iba a ocurrir un encuentro con estos pequeños seres, a los que les llamamos duendes. Los eventos iban a seguir ocurriendo, pero, así como se iniciaron también cesaron.
Qué es lo que ocurría en esa ventana, ahora me pregunto cuántas veces más ocurrieron estos sucesos. No fue un sueño, ni sucedió durante la noche, no estuvo solo como para inventar, él estaba convencido de lo que ocurría pues este episodio fue en presencia de alguien más y a pleno día.
Misterios que, al pasar el tiempo, tal vez hoy podrían relacionarse con otros sucesos que ocurrieron años más tarde y que serán parte de una historia nueva.